
Dama de honor: ¿Qué conlleva ser parte del cortejo en 2021?
Llevar un vestido del mismo color que otras amigas, organizar la despedida de soltera y tener control estricto de gastos. Hay otros retos cuando eres del cortejo.
Para una mujer en occidente hay tres cosas seguras en la vida: ser dama de honor, pagar impuestos y la muerte. De acuerdo a un reporte de Deseret, tenemos la probabilidad de ser damas de honor en al menos 5 matrimonios, a lo largo de la vida. Y tres de ellos ocurrirán antes de que tengamos 27, esto último según el portal Bustle.
Sin embargo, se trata de una actividad llena de amor y odio. The Knot aclara que el 95% de las damas de honor disfrutan realmente su labor. El hecho de estar al lado de una amiga cercana o un familiar, durante este hito tan importante, es considerado por muchas como un punto de inflexión determinante en cualquier relación.
Pero más de la mitad, también afirma, que encuentra esta situación muy estresante. Si vives en el noreste de los Estados Unidos, este estrés aumentará dos tercios. ¿La razón? El precio a pagar. La dama de honor promedio, gasta unos 1,200 dólares en cada ceremonia. Contando los ajustes en el vestido de temporada para el civil, el de la fiesta, así como la despedida de soltera y los regalos, la suma asciende a unos 1,820 dólares.
Es mucho dinero. Especialmente si consideras que la gran parte de las damas de honor solo están en sus veintitantos, ganando sueldos de entrada. “Recuerdo esa sensación cuando me pedían que fuese dama de honor: La emoción, pero también el pánico”, afirma Michelle Markowitz, coautora del libro Hey Ladies. En este libro se hace una sátira sutil a la cultura de las novias y los matrimonios en nuestros tiempos. Sin tomar en cuenta el reto de organizar una boda en época pospandémica.
“En ese momento pensaba, esto me va a costar otros mil dólares, que no necesariamente tengo en este momento o que tendía que comenzar a ahorrar”. Para añadir sal sobre esta herida abierta, en ocasiones debes gastar dinero en cosas algo ridículas: tops grabados con la inscripción Bride Tribe, decenas de souvenirs con la etiqueta en Instagram que tendrá la boda (en tipografía cursiva) para llevar a juego con disfraces de vestidos hechos de forma masiva del otro lado del mundo en una tela de poliéster. («Lo mejor es que podrás cortarlo y usarlo de nuevo», es lo que le dicen las damas de honor a Katherine Heigl que no sale de su asombro, en la película 27 Dresses).
Luego está el hecho de que, a menudo, a las mujeres se nos vende esta idea de que las bodas son el día más importante de nuestras vidas. Con este esquema mental, el esfuerzo como damas de honor por intentar que todo sea perfecto en la celebración de tu amiga, siempre viene acompañado con emociones fuertes como el miedo y la decepción.
Markowitz nos comenta que una vez, como dama de honor, recibió la instrucción de llevar un vestido morado: “Al llegar al evento, otra de las damas de honor me miró y me dijo: ‘ese tono de morado no es el correcto’. Me di vuelta y le dije: ‘¿Me acabas de avergonzar delante de todos por un tipo morado?’”.
De hecho, estos conflictos pueden ser tan lamentables que han evolucionado y se han convertido en un canon de nuestra cultura pop. Como mencionamos anteriormente, tanto en la película 27 Dresses y en otras como Bachelorette y Bridesmaids, se refleja esta pasivo-agresividad en la que mujeres inteligentes, educadas y francamente disfuncionales, se someten a las tareas de planificación del “gran evento” que ya rayan en el servilismo.
Incluso en la película My Best Friend’s Wedding, en la escena clímax en donde Julia Roberts (como dama de honor) debe ofrecerle su discurso a Cameron Díaz, el personaje afirma: “Tuve el sueño más raro del mundo” (mientras la cámara se acerca a su vestido color lila) “soñé que una psicópata estaba tratando de dañar la relación entre ustedes dos”.
Es fácil pensar que el rol de dama de honor se acerca mucho a las manías de nuestros tiempos. Todo parece coherente mientras organizamos un Excel en tonos pasteles con el presupuesto de la despedida de soltera, abrimos links de Airbnbs en South Beach, mientras juegas a las charadas con la novia. Pero quizás sea menos frecuente normalizarlo, a medida que las mujeres tienen mayor nivel educativo y adquieren mayor retención en sus lugares de trabajo. Mientras tanto la idea del “gran día”, como el pináculo de la vida, disminuye.
“Tengo una década trabajando y viviendo de forma independiente apoyando a mis padres, así que hay muchos eventos (buenos y malos) que me han hecho lo que soy”, explica la escritora Hannah Kirshner, quien comentó en una oportunidad para Vogue: “He tenido y planeo seguir teniendo momentos emocionantes en mi carera y en mi vida personal. Mi boda ha sido uno de ellos, pero no el único”.
La historia de las damas de honor
Además, al parecer, ser dama de honor siempre ha sido un verdadero dolor de cabeza. El turbio origen de las damas de honor se remonta al Imperio romano, en donde por ley necesitabas múltiples testigos para celebrar una boda, lo mismo ocurría en la China feudal. “Una novia también tenía que tener invitados que alejaran a los espíritus malignos”, comentó para el New York Times, en 2018, la profesora de sociología de la Universidad Cristiana de Texas, Angela Thompson.
“Al tener varias mujeres vestidas de la misma forma, los espíritus o captores, no podrían identificar a la novia”. Una amiga a la que le toca ser dama de honor, luego de escuchar esta historia me dijo: “¡Santo Dios! Espero recibir, al menos, muchas bolsas con regalos de dama de honor, antes de ese día”.
Incluso cuando en nuestros tiempos, el secuestrar a las novias, no sea una práctica común. El hecho de estar en una boda ha irritado a las mujeres a lo largo de los siglos. «Los hombres reflexivos generalmente admiten que al inicio debió haber una buena razón para el empleo de padrinos de boda en las ceremonias, una razón que ahora ha sido totalmente olvidada (…) Nadie puede señalar ningún propósito para el que sirvan estos cómplices en el matrimonio», señaló un articulista en la edición del 4 de diciembre de 1879 del New York Times.
Por otro lado, en un texto publicado en el Pictorial Review de 1905 bajo el título Arreglos de boda: planes para la novia de Pascua, ya se habla de los horribles vestidos que deben llevar algunas veces las damas de honor. «Los vestidos de las damas de honor han sufrido durante mucho tiempo la monotonía en su diseño, la falta de gusto en la selección y una sorprendente precariedad en la ejecución», escribió la autora.
Sin embargo, a medida que las tradiciones evolucionan, las cosas cambian lentamente. The Knot reporta que desde 2015 se ha visto una disminución de mujeres llevando el mismo vestido para un matrimonio, de 55% en 2015 hasta 31% en 2020. Algunas novias han llevado esta tendencia incluso más allá, al solo pedirle a sus amigas que se mantengan dentro de una paleta de colores.
Y mientras que tener decenas de damas de honor era algo común, muchas novias han optado por reducir los números. “Dile adiós a la fiesta, o por favor, al menos que no sean más de tres celebraciones, con invitados limitados. Nuestras parejas tuvieron que ceñirse a lo esencial”, es lo que reveló Fallon Carter, organizadora de bodas, cuando le preguntamos sobre las bodas luego de la pandemia. “Las horas de maquillaje y peinado que ahorramos ahora han abierto un nuevo universo de posibilidades en nuestra agenda para el día”.
Nos guste admitirlo o no, hay una parte de nosotras que se arrepentiría en caso de que la cultura de las damas de honor (incluso con sus puntos más tontos) desapareciese por completo. “Realmente extraño ese tiempo de mi vida. Es loco, realmente no esperaba sentir eso”, confiesa Markowitz a quien ya le falta poco para los cuarenta.
“Teníamos todo el tiempo del mundo para estar juntas, quedarnos en un Airbnb, y escribirnos en los chats grupales. Claro que había momentos fastidiosos, pero también otros muy buenos”. Así que adelante, ponte tu vestido lila, ponle el hashtag a ese juego de palabras con los apellidos de los novios y recuérdales a todas en el chat que no se atrasen con el pago de las cosas necesarias para la despedida. Porque algún día extrañarás esos momentos.